La relación con nuestra madre sirve como patrón para la relación con nosotras mismas. Como hijas absorbimos de nuestra madre información sobre lo que sentía ella misma, lo que sentía hacia nosotras y lo que sentía hacia el mundo. Aprendimos a tratarnos de la misma manera que nuestra madre se trató a sí misma. Nuestra tarea como mujeres conscientes radica en transformar la madre interna dentro de nuestra psiquis creada a partir de nuestra madre biológica, con sus limitaciones humanas, en la madre que siempre necesitábamos y queríamos. Podemos convertirnos en la madre que siempre queríamos hacia nosotras mismas. De esta manera somos capaces de aceptar las limitaciones de nuestra madre externa porque nuestra madre interna se convierte en la madre primaria con la que podemos contar, de formas en que quizás nunca hemos podido contar con nuestra madre externa. Nuestra madre solo podía amarnos de la manera que podía amarse a ella misma.

Nuestra madre no pudo y no va a poder satisfacer nuestras necesidades de la manera que necesitábamos y queríamos. Esto significa pasar por un proceso de duelo. Un duelo por la forma en que tuvimos que compensar y sufrir la herida materna. En el proceso de duelo, tenemos la oportunidad de darnos cuenta del hecho de que si nos sentimos amadas o abandonadas no fue por nuestra culpa. Solo entonces podemos abandonar la lucha para demostrar nuestra valía en el mundo. En el proceso de duelo también podemos tener compasión por nuestra madre y la carga que llevaba. Al sanar tu madre interna, transformas tu vida más allá de lo que puedas imaginar. Al confrontar este dolor, podemos darnos cuenta de que lo que pensábamos que era nuestro dolor es en realidad parte del dolor de nuestra madre que nosotras hemos llevado por amor. Ahora podemos elegir dejar esta carga. De esta manera en lugar de atenuar nuestro sentimiento de culpa, podemos sentir la confianza en nuestros cuerpos y en nuestros corazones para así desarrollar un sentido de auténtica plenitud y amor propio.

Al convertirnos en la madre suficientemente buena para nosotras mismas, nos liberamos no solo a nosotras mismas sino también a todos aquellos que conforman nuestra vida.

Es un reto reconocer ante nosotras de qué manera no fuimos amadas en nuestra relación con nuestra madre. Al recordar y ver lo cargada y abrumada que estaba pudimos pensar que éramos la fuente de su dolor. Esta hija culpable puede mantenernos estancadas. Una forma de liberar nuestra culpa es reconociendo la inocencia y legitimidad de nuestras necesidades infantiles. Es una forma de liberarnos de la vergüenza y bautizarnos a nosotras mismas en nuestra bondad y divinidad. Una vez que atravesamos el duelo por nosotras mismas, entonces podemos comenzar el duelo por nuestras madres y por todas las mujeres.

El duelo nos repone y nos fortalece.

Como mujeres podemos sanar y darnos lo que nuestras madres no nos podían dar. Podemos convertirnos en nuestra propia fuente. Y a medida que el dolor corporal femenino se cura, lo mismo ocurre con el dolor de la humanidad. Nuestra propia sanación no es solo un regalo para nosotras mismas, también lo es para el mundo.

La herida de la madre es una gran oportunidad.

Cuando nos permitimos contactar con lo que se siente como un hambre antigua, inagotable para una madre inagotable, nos damos a luz a nosotras mismas en nuestra verdadera identidad, la matriz de la luz, una fuente inagotable, desbordante de amor y abundancia que no depende de las circunstancias o condiciones. Entonces podemos vivir al servicio de lo que realmente somos, el amor mismo.

Si quieres trabajar esto en ti te puedo acompañar en ese proceso.

Rosa